Un Católico Revolucionario

03.11.2012 10:38

   La ciencia necesita revolucionarios y con cada aparición

 

de uno de ellos, se da un salto en el progreso de  nuestro

 

conocimiento; pero qué pasa con la religión???    ... La mía

 

es la Católica, la institución más antigua en el mundo y por

 

lo mismo de su antiguedad,  era una institución desfasada

 

en el tiempo,  odiada por muchos, diganse estadounienses

 

ó sovieticos;   inentendida  por sus propios  miembros;  le

 

era imperativo  a mediados del siglo XX   reformarse a si

 

misma, tarea considerada impensable;  tuvo en uno de sus

 

más humildes  servidores  al  más  extraordinario  de sus

 

revolucionarios.    Esta es la historia de Angelo Giuseppe

 

Roncalli,  hoy conocido como el Beato Papa Juan XXIII.

 

 

   Tras la muerte de Pío XII, los Cardenales se reunierón para elegir al

 

sucesor,   las miradas estuvierón puestas en el Cardenal Roncalli, quien

 

a días de cumplir 77 años,   consideraban el hombre ideal para el cargo

 

alguien que no hiciese nada, como dirían;  un Papa de transición.

 

   La historia les  reservaba una  sorpresa.   El  sencillo   y   bonachón

 

Cardenal, le imprimió a la iglesia el rumbo que lleva hasta hoy haciendo

 

de ella una Institución renovada y acorde con los tiempos actuales. El

 

año de su elección, la televisión no sólo llegaba al   Perú,   sino que  se

 

convertía en parte importante de  todo  Hogar,   y en  ese  sentido la

 

imágen del nuevo Papa,    se   hizó  conocida  en  el  mundo  entero, ga

 

nandose afectos en todos los rincones del planeta. Luego de casi 100

 

años un Papa volvía a cumplir sus  funciones como   Obispo  de  Roma,

 

visitando Parroquias, hospitales e inclusive la carcel.  Enfrentándose

 

a la odiosa cúpula, redujo los altos gastos y la vida de lujo y dispendio

 

que tenían Cardenales y Obispos, supuestos servidores de Cristo.

 

   Dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano

 

por entonces los peor pagados de Europa  y  por primera vez  nombra

 

Cardenales indios y áfricanos, los jóvenes quizás, no capten la   dimen

 

sión de esto; pero, a inicios de los 60 un cardenal Negro, a muchos les

 

era impensable, sin embargo, nuestro Papa y los hombres inteligentes

 

de la época, construían el mundo que hoy tenemos.   No  he de olvidar,

 

que canonizó al primer Santo negro de  América,   nuestro  querido  y

 

muy  peruano  San Martín de Porres.

 

   Nuestro revolucionario personaje, se reuniría el  2 de diciembre  de

 

1960, con el Arzobispo de Canterbury 400 años después de la excomu

 

nión de Isabel I, iniciando también en aquel año el Secretariado para

 

la promoción de la unidad de los Cristianos, tan importante para enten

 

der como es   que aunque muchos lo ignoren   el  año  pasado,  nuestro

 

actual Papa ha nombrado  como Presidente  de la Pontificia Academia

 

de Ciencias a  un   Protestante Reformado,   el  suizo  Werner  Arber,

 

Premio nobel en medicina de 1978.

 

   Pero lo más sorprendente es que tan sólo 3 meses  después  de  su

 

mandato convocó al XXI Concilio Ecuménico  que posteriormente fue

 

llamado Concilio Vaticano II ;   en sólo 4 años el "Papa de transición"

 

efectuó la transición de la Iglesia,  de una avejentada institución, en

 

la vital organización que con los años en alianza  con una de las poten

 

cias del mundo,   destruirían al enemigo común, la materialista y atea

 

Unión Soviética, que había   profetizado  poder destruir a la religión

 

que ellos, como diría Marx consideraban  "el opio del pueblo".

 

 

   Quizás el éxito de su pontificado, radique en su comprensión del

 

tiempo y de nuestro papel, en nuestro paso por el mundo, desde un

 

inicio, manifestó:    "no puedo mirar demasiado lejos en el tiempo"

 

y de su propio papel en el Concilio, señaló: "No hay que preocuparse

 

de sí mismo  y  de  quedar  bien.    En la  concepción de las grandes

 

empresas basta   con  el  honor  de  haber  sido providencialmente

 

invitados.   Hemos sido llamados a poner en marcha, no a concluir."

 

 

 

   Y tan bien lo sabía, que en setiembre de 1962, diagnosticado de

 

un cáncer al estómago,    se  negó  a  operarse, para evitar  que el

 

Concilio se desviara de lo estipulado,   enfrentó  a  la  muerte  sin

 

temor y  sin  ninguna  ambición  por  ver concluida su mayor Obra,

 

"la puesta al día  de  la  Iglesia".      El Papa bueno falleció el 3 de

 

junio de 1963.

 

   Como dato adicional, he de contar que fué  Juan XXIII,   quien  tuvó

 

que excomulgar a Fidel Castro,  decisión obvia,  por cuanto Fidel, quien

 

había sido educado bajo las enseñanzas  de  la  Iglesia,   manifesto  su

 

intención de conducir a Cuba al comunismo; al Papa  no le quedaba otra;

 

pues la Congregación para la Doctrina  de  la Fe, había   establecido  la

 

pena de excomunión para todo aquel que difundiera el comunismo.

 

 

 

   El Papa actual Benedicto XVI, visitó latonoamérica por segunda vez a

 

inicios de este año, estuvó en México y Cuba, a poco de cumplirse el 50°

 

aniversario de la excomunión de Fidel, el Papa estuvo con él.

 

 

   Que suerte  la  de  este excomulgado,   no porque lo visite  el Papa,

 

sino porque la vida  le  ha dado la  oportunidad de revisar sus propios

 

pasos y  quizás, quizás volver al rebaño.

 

   En 1998, estuvó en primera fila,   en  la misa  de  despedida al  Papa

 

Juan Pablo II, quien mejor que nadie conoció lo que fué el  comunismo.

 

Desde aquella histórica visita, Cuba levantó la prohibición de las proce

 

siones públicas (en algunos países, algunos se preguntaran si es posible

 

inmiscuirse  en  asuntos  tan  elementales  de  la  vida  privada  de  las

 

personas );  ... la Navidad se retomó como celebración oficial y el gran

 

mensaje de Juan Pablo II, fué :  "que Cuba se abra al mundo  y  que el

 

mundo se abra a Cuba".

 

   Días   después,    cuando  su  amigo  el  escritor  colombiano Gabriel

 

García Marquéz, le preguntara :    "¿Fidel, qué haces que no se te ve?"

 

su respuesta fué:  "estoy viendo misas".  Así somos los humanos y  asi

 

son las cosas,   puedes ser un santo durante toda tu vida  y blasfemar

 

en el último instante,  para condenarte  ó  un despiadado tirano y  sal

 

varte en el último instante,  tras un arrepentimiento sincero.   Así es

 

de bella  y  sorprendente mi Religión.    No  sé  cúal sea la suerte del

 

ex-alumno de los jesuitas,  hoy de 85 años y a quien tantos quisieran

 

ver muerto;  pero en otro Post,  les he contado la historia del sangui

 

nario y muy inteligente físico Jhon Von Neumann   (ver Post),   ateo 

 

responsable de la bomba de hidrógeno y de los cálculos precisos para

 

inferir la mayor destrucción a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki,

 

quien en su lecho de muerte, pidió tener acceso a la extremaución.

 

   Claro que muchos podrán ver en estos gestos, cobardía,  a ellos les

 

digo: no hagas juicios sobre momentos que aún no has experimentado.

 

 

   Es de humanos equivocarnos,   y  de  humanos  rectificarnos;  para

 

muestra les dejo una cita del gran Albert Einstein:

 

   "Siendo un amante de la  libertad,    cuando  llegó  la  revolución  a

Alemania miré con confianza  las universidades sabiendo que siempre

se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero

las  universidades  fueron  acalladas.    Entonces  miré  a los grandes

editores de periódicos que en ardientes editoriales  proclamaban  su

amor por la libertad.    Pero también  ellos,   como  las universidades,

fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas  semanas.

Sólo la Iglesia permaneció de pie  y  firme  para  hacer frente  a las

campañas de Hitler para suprimir la verdad.  Antes no había sentido

ningún interés personal en la Iglesia,   pero ahora siento por  ella un

gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido la valentía

y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral.

    Debo confesar   que  lo  que  antes   despreciaba   ahora  lo  alabo

incondicionalmente."

                          Time Magazine, 23 de diciembre de 1940

 

 

 

 

 

 

 

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